viernes, 28 de marzo de 2014

• You and I we are just one polka dot.


''Tengo un corazón tan leal a ti
que duele...''
Andrés Suárez

En las noches de verano en la costa uno se enamora de la piel del otro.Pura física.Y algo de ritmo, de compás.Pero siempre algo muy ligero.Luego si la cosa dura y llega el otoño, y llega Madrid, algo cambia ... porque te invade la crisis post vacacional, te entra la ansiedad de la rutina, del deber; la cabeza vuelve a tomar el control y te encuentras sola, en un piso de alquiler amueblado con una decoración que nunca tiene nada que ver con los catálogos de Ikea, sin vistas al mar, sin terrazas llenas de cañas y tapas, en un edificio con olor a sopa de la abuela del 5º, que lo invade todo y te preguntas:  tú y yo bañados en salitre, vale; pero... ¿ anidar en tu jersey ?  Y la culpa de todo la tiene tu sonrisa y aquella noche de verano en Denia. Porque me enganché a ti. A tu jersey, a tu chupa de cuero, a tu forma de reír fuerte, a tu voz, a tus ''me gusta cuando vas con bandera blanca'', a tu forma de abrazarme por sorpresa, a tu niño interior. Eras mi Madrid.





Los dos sabíamos que no teníamos futuro.
Demasiado intensos para sobrevivir.Teníamos pase permanente para la montaña rusa emocional.Eso no hay biodramina que lo contrarreste. Tú bebías cualquier cerveza, yo siempre Coronita; a ti te daba igual la marca del tabaco y yo era capaz de recorrerme toda la ciudad por mi paquete de Marlboro.Tú siempre líder, yo la chica borde que llevaba la contraria.Aún así, compartíamos una mirada tan cómplice que resultaba difícil no creer en nosotros. El campo magnético que generábamos era innegable.Éramos niños inmantados , pero ni Santi Balmes nos escribió una canción, ni Lyona nos dibujó.Y así fue como entendimos que cada encuentro podía ser el último, que cada beso sonaba en un adiós sostenido que las ganas acababan convirtiendo en  ''bueno, pero uno más''.
Nos observamos.Fuimos el espectador de la última butaca del teatro del otro.Nos descubrimos hasta conocernos sin necesidad de palabras.Yo no necesitaba descolgar el teléfono para saber que estabas mal, y tú no necesitabas verme llorar para saber que las chicas bordes también tenemos lágrimas.Creo que ese fue nuestro secreto para aguantarnos todo este tiempo.


Luego te rompiste.Y entonces me enamoré de ti.
Nunca había visto a un hombre fuerte transmitir tanto dolor en su silencio.Ni a un niño pedir, con tanto anhelo, que le amaran.Tu mirada era el envase de trocitos de ternura que permanecían unidos, únicamente, por las lágrimas que no te permitías derramar. Si la piel es de quien la eriza, en aquel momento fui más tuya que nunca...
Quise ayudarte, traspasar nuestros egos y abrazarte ahí donde más te dolía hasta que dejaras de sentir ese frío que condena las ganas de vivir, limitándolas a sobrevivir.Pero cruzar esa línea habría supuesto reconocer que nos habíamos enamorado. Y para eso no estábamos preparados... éramos niños inmantados, sí, pero abrigados por miedos de adultos - o por gilipolleces , si lo analizamos desde la cama de un hospital-. Así que mi incapacidad para exteriorizar sentimientos se limitó a observarte, asomándose a tus ojos en busca de signos de resurgimiento Por eso iba y venía, porque no podía dejarte así. ¿Cómo iba a ser feliz sabiendo que estabas mal?
En aquella época creía que lo hacía por amor, por ayudarte.Sin embargo, después de todo lo vivido, he descubierto que lo hice por mí. Y aquí viene la gran sorpresa para ti, porque, hasta ahora , todo lo que he contado, lo sabías o lo intuías; pero esto es nuevo.Necesitaba saber que el valiente que se rompe resurge, que el hundido se reinventa. Me urgía comprobarlo, presenciarlo, porque, para entonces, la que se estaba rompiendo era yo... y tú sólo eras el reflejo de un dolor que no me atrevía a aceptar : el mío.
Ahora ata cabos y termina el párrafo. Porque cada uno tiene sus propios motivos para sufrir, pero el dolor nos golpea y consume a todos por igual.


Fuimos incapaces patológicos. Y digo fuimos, porque, a estas alturas, tú eres como esas piezas decoradas a partir de diferentes trozos de cerámicas de colores. Has hecho de tu roto tu arte. Y yo le hice caso a Quique González, encontré mi lugar y me dejé sangrar. Et voilà! El resultado es esta carta escrita en pasado, entregada en presente. Es mi última caricia en tu espalda, mi último susurro para ti. Aquí están todas las respuestas a las que tu mente, en su versión sustantivo masculino simple, no ha sido capaz de llegar.





Ahora que he llegado al final, te estarás preguntando por qué nunca te susurré la frase en negrita del tercer párrafo... ¿y qué querías?, ¡si eras un amor de verano!, y los amores de verano acaban en sal ... en la orilla del mar o en lágrimas.



Prometo guardar esta historia en formato de vinilo, como suena todo aquello que ha merecido la pena, pero desde hoy te saco de mis cuadernos, porque ya no podemos añadirle más puntos suspensivos; como dijo Yayoi Kusama stars, the earth I and you we are but one polka dot.
Te abrazo fuerte, 


                                           La chica del nombre abreviado.











2 comentarios: